Quizás no haya habido entre los grandes autores de nuestra literatura, uno menos reconocido que Galdós. Considerado por estudiosos de su obra, como el mejor escritor español del siglo XIX, citemos, de momento, a uno de ellos, Max Aub, que afirmó: “desde Lope ningún escritor fue tan popular, desde Cervantes ninguno tan universal”.
Había nacido Galdós en Las Palmas en 1843 y allí continuó hasta su llegada a Madrid a los 19 años, ciudad que ya nunca abandonó, a excepción de sus viajes.
En uno de ellos, a Paris, fue donde, en un kiosco a orillas del Sena, compró una edición de Eugenia Grandet. Enamorado de la obra de Balzac, dedicó los siguientes años, mientras estudiaba Derecho, a leerla junto a la de Flaubert, Musset y otro escritor universal, Dickens.
Época convulsa la que vivió Galdós, tanto la segunda mitad del XIX como las dos primeras décadas del XX.
En 1865 se declara el cólera en España. En Madrid hubo 2869 muertos. A partir de ese año Galdós lleva una vida intensa: estudiante, lector infatigable, periodista y escritor.
En 1870 publica La Fontana de Oro, su primera novela, cuya acción sitúa en Madrid. De 1873, año en que cae Amadeo de Saboya y se instaura la primera República, a 1883, habiéndose ya restaurado la Monarquía Borbónica con Alfonso XII, Galdós se encierra a escribir. Fue su época más prolífica. Veintisiete obras con más de 12000 páginas.
Galdós fue un escritor único, un narrador excepcional de toda una época. La creación de personajes y escenarios y la recreación que hace de ellos es magistral. En Memorias de un desmemoriado nos dice que él sólo habla de lo que ve y observa, tanto en Madrid como en sus viajes dentro y fuera de España, de acontecimientos históricos y de su trayectoria literaria. Jamás hizo alusiones a confidencias ni a su vida privada. Se convirtió en poco tiempo en persona deseada por unos y por otros y ahí empezó su periplo en la política.
A Galdós el matiz político le era indiferente. Presionado en más de una ocasión, accedió a que se incluyese su nombre en la candidatura republicana, saliendo elegido, pero Galdós era querido por Madrid. En no pocas ocasiones reflejó su desencantamiento por la política. Desdeñaba sus métodos. En 1886 fue elegido diputado por el distrito de Guayama sin él saberlo, solamente se le comunicó que su candidatura había sido incluida en la lista enviada, a lo que él no contestó.
En 1890 fue reelegido por Puerto Rico, de nuevo, sin haberse enterado de que su candidatura habíase presentado. En aquellos tiempos las elecciones a Cuba y Puerto Rico se hacían por telegrama.
Su participación en la política era testimonial, y si la aceptó fue porque le preocupaba y sabía que de ella dependía el pueblo llano, de ahí su férrea voluntad y valentía para posicionarse donde él creía que podía defender esos intereses. Difícil quizás de entender, dado que fue elegido nada menos que en tres ocasiones. Esto podría inducir a pensar que efectivamente quería ser partícipe y que flirteaba con unos y con otros. Pero eran, en realidad, los demás los que lo hacían con él, porque Galdós era un personaje limpio, humilde en su grandeza intelectual y por ello admirado tanto por los de un matiz político como el contrario.
Por entonces se le consideraba como una persona solitaria, comprensiva y respetuosa. Buena prueba de ello es que en 1914 fue elegido diputado republicano por Las Palmas, coincidiendo esto con la creación, ese año, de una Junta Nacional de homenaje a Galdós, formada por el Jefe de Gobierno Eduardo Dato, el Capitán General Miguel Primo de Rivera, el banquero Gustavo Bauer, representante de Rothschild en España, el Duque de Alba y Melquíades Álvarez, jefe de los reformistas, además de los escritores Jacinto Benavente y Echegaray.
En ocasiones arremete con fuerza contra la hipocresía y falta de voluntad de esa clase política, como en Memorias de un cortesano de 1815 cuando habla de dos de sus personajes: Juan Bragas, arribista, político vividor y alcahuete de los poderosos, o cuando se refiere a García Grande como agiotista con una mano en la Política y otra en la Bolsa.
Hombre individualista, solitario, pensador, fue sin pretenderlo la encarnación del personaje que está por encima de los demás, por mor de su inteligencia honestidad y sencillez. Se ha hablado en más de una ocasión de su bonhomía y es cierto que era una persona sencilla, consecuente consigo mismo, honesto, poco amigo de la polémica, bueno y valiente para defender su ideario, con visión adelantada que le permitía estar por encima de su tiempo.
Ramón Pérez de Ayala le recordaba como hombre pacífico, melancólico, bonachón y de largos silencios. Ve, observa y está donde le reclaman y piensa honestamente de que manera puede ayudar. Igualmente por encima de la intelectualidad de su época, con alguna excepción y por ello denostado por ésta. Y aquí es donde comienzan las envidias y la hipocresía que desgraciadamente le acompañarán hasta el final de su vida.
Galdós es un personaje galdosiano, le vemos reflejado en sus novelas, moviéndose por sus diferentes ambientes, paseando por ellos y por el Madrid de época. Se siente uno más dentro de ese tinglado de la actual farsa y esto se refleja en su novela El amigo Manso. Es clara la identificación del escritor con Máximo. pero no sólo ahí. Ambos no esperan nada de nadie. En multitud de ocasiones se escucha su voz en boca de sus personajes, cuando describe a Cimorra, apestado intrigador de garitos, o a algunos diputados que afectando independencia, andan a la caza de cualquier negocio. Alusiones que luego repite en sus tertulias y conversaciones privadas. También a Máximo Manso le tientan con un puesto político. Tanto Galdós como Manso andaban en la treintena cuando la escribió. En otras como en La de Bringas aparece aunque luego el mismo hace mutis. Al igual que Balzac en La comedia humana sus personajes aparecen en diferentes obras.
El siete de febrero de 1897 leyó en La Real Academia Española de la Lengua su discurso de ingreso La sociedad presente como materia novelable. Menéndez y Pelayo, que ya había manifestado públicamente que Fortunata y Jacinta era la mejor novela del siglo XIX, fue el encargado de contestarle. En su magistral discurso puso el acento en la religiosidad del escritor.
A Galdós se le juzgó porque afirmaciones y diálogos de algunas de sus obras no fueron bien acogidas por la Iglesia. No gustaron y eso era imperdonable. Tremendo error. Viene esto a colación por habérsele tachado de irreverente, anticlerical e iconoclasta. Frases como las que se leen en La incógnita: “Usted, amigo mío, lo que debe de hacer es acostarse con las mujeres de sus amigos” o el largo diálogo adúltero entre Augusta y Federico que termina con otra frase que movería tumbas: “no hay nada mejor que condenarme contigo”, son las que nunca se perdonaron al autor. Estamos en pleno siglo XIX.
Sin embargo Galdós tiene de anticlerical lo que tiene la vida. De que no era religioso no cabe duda, pero de ahí a anticlerical hay un largo trecho. El escritor rechazaba y estaba en contra de los poderes de la Iglesia de la época, de la hipocresía que habitaba esos años en la institución, pero no de la Iglesia en sí misma a la cual respetaba. Basta la lectura de sus obras para darse cuenta de ello. De nuevo Menéndez y Pelayo quiso defenderle públicamente, afirmando que cierta crítica culta, pero tendenciosa y maligna acusaba al escritor de poner en boca de los clérigos que aparecen en sus obras, sus ideas anti-religiosas.
Y llegó Electra
Probablemente su obra cumbre teatral. De sus 26 obras de teatro ésta es la que mayor éxito tuvo. Estrenada el 30 de enero de 1901 en el Teatro Español de Madrid, plantea la personal visión del escritor de la tragedia griega. La obra era un duro alegato contra todo dogmatismo y contra los poderes de la Iglesia y las órdenes religiosas que la sustentaban, cosa que, de nuevo, no gustó en absoluto a los tradicionalistas y conservadores, y menos los gritos proferidos en su estreno de “abajo los jesuitas”, llegando la Iglesia a condenar desde los púlpitos a quienes asistieran a las representaciones, alegando que era pecado mortal. Galdós, que salió a saludar 14 veces y fue paseado a hombros hasta la Puerta del Sol, criticó al día siguiente abiertamente a los jaleadores del día del estreno, pero el daño ya estaba hecho. Se produjeron desórdenes públicos y manifestaciones. Galdós denunciaba las bajezas humanas y la hipocresía que habitaban en las instituciones, no a éstas en sí mismas. El éxito sorprendió a todos y sólo en mes y medio vendió 20.000 ejemplares. Todo esto tuvo mucha importancia porque la envidia es ponzoñosa, sucia y perdura en el tiempo.
Con más de 80 novelas fue propuesto por La Real Academia Española al premio Nobel de literatura en 1912 y su nombre se incorporó al listado de la Academia Sueca que ya contaba con otros 31 aspirantes. El Ateneo de Madrid inició una campaña a su favor, y Ramón Pérez de Ayala redactó el escrito presentado a la Academia en la que invocó su humanidad, universalidad y emotiva fertilidad creadora. Santiago Ramón y Cajal, Jacinto Benavente y José Echegaray avalaron la candidatura. Sin embargo una campaña orquestada por un grupo de políticos e intelectuales conservadores, convenció a la Academia Sueca para su no concesión. El premio acabó finalmente en manos del alemán Gerhart Hauptmann.
En 1915 el nombre del escritor español volvió a entrar en la lista junto con otros 10 candidatos, a sugerencia del mismo Comité de la Academia Sueca para la concesión del Nobel. En esta ocasión el rechazo partió de un sector de la intelectualidad española que envió al Comité del premio un telegrama de protesta contra el escritor por su marcada ideología liberal y anticlerical. Sorprendida la Academia Sueca de que el mismo país se opusiera a su candidatura, prefirió apartarle. Ese año el ganador sería Romain Rolland.
El escritor Federico Carlos Sainz de Robles realizó una antológica introducción a sus obras completas, que es más bien un ensayo, por su extensión, en la que defiende a Galdós y en la que pretende que se reconozca su valía como escritor. Magistralmente escrita, es una referencia para conocer realmente al hombre. Su anticlericalidad le fue impuesta. Sainz de Robles extrae fragmentos de sus obras de las que se deduce de forma clara el sentir del escritor. Así en Trafalgar, primero de los Episodios Nacionales dice: “Churruca era hombre religioso porque era hombre superior”. En Electra la sombra de Eleuteria le dice a su hija “Dios está en todas partes”. En Miau nada tan impresionante como los coloquios del niño Luisito Cadalso con Nuestro Señor. Mentís rotundo a los acusadores de irreverente
Galdós rompe desde sus comienzos con el romanticismo imperante y escribe con naturalidad, describiendo lo que ve, dando paso al realismo. Naturalismo y realismo van unidos y preparan ya el expresionismo alemán, que en realidad no es otra cosa que el mismo realismo, pero adecuado al tiempo y realidades actuales, surgido a comienzos del XX, y que ya Galdós había practicado, pues nada hay tan expresionista como el realismo puro, y aún se adelantó al realismo mágico. ¿Influyó Balzac en él? Más bien fue su inductor, pues ambos son escritores costumbristas, pero Galdós da un gran paso. Su realismo llama rápidamente la atención, muy pronto es conocido y su triunfo es inmediato. Hasta el final mantiene su escritura aunque en un momento determinado se desliza hacia un espiritualismo que comienza a aparecer en Ángel Guerra. Éste es uno de los personajes más queridos por Galdós. Le describe como un hombre feo, pero de gran atractivo, a quien el dolor y la injusticia social duelen. Se siente salvador de la sociedad, abogando por una reforma de urgencia. Su propósito, cimentar un mundo mejor, una sociedad sin injusticias, preocupado por débiles y necesitados. Se cisca en el orden social intelectual y religioso, pero en su versión hipócrita y mentirosa.
Galdós va identificándose cada vez más con él, convirtiéndose en un híbrido con su otro personaje masculino más querido, Máximo Manso. Su credo político es el mismo, no buscando idealismos, sino obras y resultados. En Ángel Guerra se pueden conocer mejor las convicciones religiosas de Galdós, en el diálogo mantenido por el sacerdote Juan Casado con él.
La labor creadora de Galdós es impresionante. Superior a la de Balzac y Dickens en extensión. Su obra ha sido considerada a la misma altura que la de Tolstoi y Dostoievski. 78 novelas, de ellas 46 relativas a los Episodios Nacionales, 26 obras de teatro, si bien la última, Antón Caballero está inacabada y Doña Perfecta y Realidad, son novelas que posteriormente fueron teatralizadas, 19 ensayos y 27 cuentos. No está exenta la prosa de Galdós de humor, sátira, guasa e ironía dependiendo seguramente de sus estados de ánimo y para encubrir cierto pesimismo.
Galdós se mantuvo soltero pero tuvo una hija con Lorenza Cobián, María. Aunque nunca vivieron juntos, el escritor se ocupó siempre de ella. Casó ésta, en 1910 a los 19 años, con Juan Verde. A partir de esa fecha se produjo un acercamiento real, hasta el punto de que tanto ella como su marido le acompañaron en sus días, hasta el 4 de enero de 1920 fecha de su fallecimiento. El escritor la declaró heredera universal.
La doctora en Filosofía y catedrática Teresa Oñate y experta en filosofía griega a raíz de una nueva representación de Electra en mayo de 2010, estudiosa y perfecta conocedora de Galdós y la España de su época afirmó “Galdós intenta retomar una idea de izquierda radicalmente democrática que él ve que se está perdiendo en España con el Despotismo Ilustrado, (todo para el pueblo, pero sin el pueblo).Mi tesis al respecto es tan fuerte para concluir, aunque parezca exagerado, que de haber sido atendida la voz de Galdós por la izquierda dominante en la Segunda República, la guerra civil española no habría existido.” Ese fue el gran problema de entonces, los radicalismos y el odio que generan. La izquierda intelectual lo atrajo para sí, al igual que lo intentó la derecha, pero esos radicalismos tergiversaron su mensaje utilizándolo y manipulándolo.
El 7 de febrero de 1901 a la pregunta de un periodista acerca de Electra contestó “En Electra he condensado mi amor a la verdad, mi lucha contra el fanatismo, la necesidad de olvidarnos de las mentiras que nos envilecen para construir una España apoyada en la ciencia y la justicia, que resista hipocresías, insidias y conciencias malvadas”
¡¡Que Dios le oiga Don Benito!!
Por A. B.
Siempre volvemos a Galdós pero con desgana, es un clásico insustituible pero con muchos defectos que ya fueron remarcados, y con unos elogios exagerados nacidos desde el amor y por la devoción al clásico. A Galdós resulta más fácil elogiarlo que leerlo, si eres un lector exigente del siglo XXI tras Borges, Gabo o Valle Inclán.