En Infancia berlinesa hacia mil novecientos, a modo de vacuna contra la nostalgia que pudiera asaltarle en un previsible exilio, Walter Benjamin se inyecta una dosis de recuerdos invocando efectos de inmunidad.
Ese pensamiento abre su prólogo y Benjamin lleva a cabo su intento con absoluto rigor. Sin embargo, no tendría ocasión de comprobar el efecto de su vacuna puesto que nunca llegó a escapar de la amenaza alemana. Se quitó la vida tras negársele el cruce de la frontera con España en el año 1940. Por tanto, Benjamin nos ofrece unos “recuerdos desde el exilio” sin haber sido exilado. El título del libro refleja meridianamente el propósito.
¿Por qué se puso la venda antes de la herida? ¿Por qué el temor a verse cara a cara con la nostalgia? Posiblemente porque en los tiempos en que escribió estos apuntes (los años treinta) el autor veía con nitidez que su futuro inmediato pasaba por huir amargamente de su patria germánica y de sus recuerdos.
Hace poco reseñábamos aquí el libro “De un mundo que ya no está”, de Israel Singer, que resucitaba el recuerdo de la desparecida Polonia hebrea. Ahora, lo que desaparece es el Berlín de 1900, desde la memoria de un pensador que se despoja de la criptografía intelectual para entrar en la poesía. Porque Benjamin no se limita a recordar, sino que cuando lo necesita sustenta la intensidad de sus recuerdos en el lirismo de un poeta sincero.
El libro contagia su nostalgia porque está lleno de lugares comunes a toda infancia. Sentimientos compartidos que el paso del tiempo ha convertido en muchos casos en habitaciones intocables a los que uno no se permite acceder y que siguen habitadas por juguetes rotos, recuerdos del colegio y alguna medalla deportiva. Habitaciones desoladas que quedan inútilmente vivas en el recuerdo.
Lo que queda y lo que se fue.
Algunos recuerdos de Benjamin sí que perviven. El tema de la Navidad, que toca varias veces, está vivo en el Berlín actual donde las fiestas navideñas siguen teniendo singular presencia y visten de color las tiendas, los escaparates, las calles y los hogares. Otros recuerdos son inalterables porque pertenecen a experiencias infantiles que se repiten en el tiempo. Por ejemplo, los capítulos “La fiebre”, “Mañana de Invierno”, “Tarde de invierno” o “Escondites” . En otros apuntes, Benjamin proclama el advenimiento de la modernidad, que ocupó parte importante de su preocupación intelectual. El capítulo “El teléfono” nos habla del estrago que causó su aparición en las familias.
Pero casi todo ha desaparecido ya. Dudo que las jóvenes generaciones sepan qué era el cosmorama o “el costurero de mamá”. Benjamin trae estos dos recuerdos junto con otros como los bancos solo para adultos, el oscuro comedor de la abuela, las jofainas color crema del lavabo, el compás de los tranvías , los cocheros, los coches de punto y los sacudidores de alfombras.
La portada del libro.
El niño con patines de la portada con el preceptivo movimiento de pies -el izquierdo de puntera y el derecho de tacón- , tenía en 1900, pongamos que diez años. Mira al frente, pero sabe que le están fotografiando y busca la postura para salir “en posición”. Ese niño tendría poco después de esta foto edad suficiente para entrar en la leva de la Gran guerra. Y si salió vivo de la contienda del catorce, repetiría en 1939, de nuevo en el frente, o, quizá ya, en Intendencia o en oficinas. La foto muestra cáusticamente lo que esconden las páginas: el paso del tiempo, tan inexorable como despótico.
Contexto.
Con Infancia berlinesa hacia mil novecientos, Walter Benjamin se aparta en este texto de su acerbo intelectual como eminente crítico y estudioso de la literatura, la historia y el arte. Lo hace con un esfuerzo deliberado de evitar lo analítico. Por eso, este libro está más cerca de “Platero y Yo” que de La Filosofía de la Historia o de cualquiera de sus obras como “pensador”. Este esfuerzo hubo de ser deliberado e ímprobo, y le obligó, sin duda, a hacer abstracción de los frenéticos días de su presente. En los años en los que pergeñó estos apuntes, la vida política y social del Reich ofrecía a los intelectuales judíos una única escapatoria: el despeñadero.
Parece ser que Benjamin escribe estos apuntes en el espacio temporal de 1930 a 1938 , es decir que en ese tiempo se produce la subida del nacismo al poder, en 1933. Einstein emigra a Suiza en 1932. Zweig huye de Salzburgo a Inglaterra y luego a USA y Brasil. La Cristal Nacht ocurre en 1938. Las leyes de Nuremberg en 1934. Hacia 1935 nace el juego de mesa para las familias de ”Juden Raus”, donde se inoculó el odio a los judíos de la manera más ignominiosa.
En 1933 tiene lugar la quema de libros, en cuya lista figuran en lugar prominente los de Walter Benjamin. Sin embargo, en estos apuntes de “la infancia berlinesa”, no hay ni una mención a la hecatombe del entorno en que vive. Ofrece sus recuerdos sin contaminación. Nos envuelve en la atmósfera del Berlín que conoció de niño y adolescente, y lo hace desde las emociones, la ingenuidad, la observación y la tristeza de un mundo perdido.
Las dos imágenes del juego Juden Raus han sido obtenidas de la web: https://www.sacodedados.es/juden-raus-un-juego-de-mesa-de-propaganda-nazi/
Nota 1: Cuando me he referido a la criptografía intelectual de Benjamín, con cierta ironía, me he referido, en general, a toda la escuela de Frankfurt, autores a quienes he intentado comprender desde una lectura poco especializada, con poco éxito. De cualquier forma, es cierto que por encima o por debajo del texto de “Infancia berlinesa…” puede encontrarse el germen de algunas de las ideas que Benjamín trascoló en sus temas más intelectuales, por ejemplo, el de las diferencias sociales.
Yo he prescindido de esa derivada, pero si algún lector está interesado en ello, le remito a los trabajos que Julián Marrades ha escrito al respecto, con más profundidad y conocimiento que yo, y que pueden obtenerse en la Red. Creo que en esta web
Puede accederse a ellos. Si no, en la propia Red a través del nombre del autor.
Nota 2.- Gracias a Richard Gross por su espléndida traducción y, en general, por sus aportaciones al conocimiento de la literatura alemana.
INFANCIA BERLINESA HACIA MIL NOVECIENTOS
Walter Benjamin
Editorial Periférica. Enero 2021
Traducción de Richard Gross
Páginas: 129