“No oigo a los niños jugar”, de Mónica Rouanet, es un cuento perturbador en ocasiones, pero siempre conmovedor, al estilo de una obra cumbre e inmortal de Dickens “Cuento de Navidad”.
«No oigo a los niños jugar» es un relato triste por el tema tratado, pero cargado con grandes dosis de esperanza.
ARGUMENTO
Nos encontramos en un centro psiquiátrico para menores de 18 años, lo que ya de por sí tiene unas características especiales. Cada uno de los residentes tiene sus particularidades. A esta residencia llega Alma, de 17 años, con un severo stress postraumático debido a un accidente en el que sus padres y su hermana Lucía han muerto.
El extremo sentimiento de culpabilidad que se ha enquistado en su conciencia ha obligado a su abuelo a internarla, de momento de modo temporal. Nada más llegar, Alma percibe la presencia de dos niños de alrededor de doce años a los que solamente ella puede ver. Poco después conoce a Diego, única persona con la que estos niños se relacionan y que parece moverse entre dos mundos.
Difícil de recrear todo lo relacionado con la conexión vida-muerte y máxime cuando nos hallamos ante unos niños con evidentes trastornos disociativos. Su desconexión entre sentimientos, pensamientos y entorno les provoca un distanciamiento de la realidad, mezclándose, sin frontera alguna, lo real y lo imaginario.
Con «No oigo a los niños jugar», Mónica Rouanet consigue alejar de nosotros toda predisposición a formarnos juicios precipitados y deja un escenario abierto mientras nos sumerge en una lectura de la que disfrutamos plenamente. La autora nos introduce en el centro psiquiátrico y cierra la puerta tras nosotros. Estamos dentro. Tenemos la necesidad de leer para saber que le ocurre a Alma y lo que allí sucede, pero sobre todo el porqué de la presencia de esos niños inexistentes para todos los demás.
Despacio, nos presenta primeramente, el lugar: una residencia de cinco plantas, las dos últimas selladas, pasillos enormemente largos, multitud de puertas, y un entorno ajardinado y oscuro. Después, cuidadores y enfermos. Destaca el esmero con el que los primeros tratan a los niños y la presencia de un entrañable doctor Castro que hace suya la vulnerabilidad de los pequeños.
Es cierto que en la novela hay momentos de desazón y cierta intranquilidad, pero la autora no se pierde en ansiedades ni efectismos alarmistas. Relato muy bien llevado. Rouanet mantiene el pulso de la narración que en ningún momento se le apodera, con un suspense que va creciendo por sí solo con las situaciones que se van planteando dentro de la clínica. Una calma inquieta es quizá la mejor definición de esa atmósfera de largos silencios donde todos se miran, al mismo tiempo que se sienten observados.
“No oigo a los niños jugar” es una novela turbadora, con alguna leve incursión en el terror psicológico, pero, en definitiva, un cuento, porque hay en él ternura, dilección e inclinación de la autora por entrar en terrenos de amistad y proclividad hacia la empatía.
Arriesga Rouanet en su intento, y lo hace con éxito, de penetrar en el mundo de las mentes disociativas que no perciben la realidad tal como es, sino que la interpretan de manera diferente, percibiendo otras realidades que a nosotros nos pasan desapercibidas o que quizá son creaciones de sus propias mentes. Esa desconexión es una distancia de seguridad, un mecanismo que reduce el impacto emocional ante situaciones extremas. Define la autora los términos de la narrativa con seguridad y autoridad, dejándonos al final con una inquietante pregunta en boca de Diego. Blanqueando los nudillos.
Ficha Técnica.
Título: No oigo a los niños jugar.
Autor: Mónica Rouanet
Editorial: Roca Editorial.
Fecha publicación: 6 mayo 2021.
Género: Ficción