“Algunos días de enero”, la nueva novela del escritor Jordi Sierra i Fabra, supone un paso más en la vida de Miquel Mascarell. Un nuevo caso en los primeros días de 1952, en los que vuelve a encontrarse en más de una situación peligrosa.
«Algunos días de enero» reúne todas las características de las once entregas anteriores y es una más que digna continuación de ellas. Volvemos a encontrarnos con una narración viva, una buena historia a desarrollar, y con todo el universo conocido en el que se mueve el ahora ayudante del detective David Fortuny, personaje que si no existiese habría que crearlo; un verdadero acierto.
Patro, la pequeña Raquel y algunos trabajos que le encarga su jefe son ahora el mundo del ex inspector. El resultado final es muy bueno.
Ya se ha escrito tanto de la serie Mascarell que prácticamente se ha dicho todo de este singular personaje y de su creador que, por cierto, es deudor de aquél, que le ha encumbrado a lo más alto del panorama negro español.
Argumento
En uno de esos trabajos se encuentra el detective en la actualidad, en una Barcelona todavía empobrecida y con miedo después de la guerra civil, pero que, poco a poco, está empezando a recuperar el pulso. El seguimiento a una persona, encargado por un moribundo, termina en tragedia y con el detective en comisaría, en la cual entra con un miedo que le sobrepasa por el recuerdo de sus vivencias pasadas, y que conocemos por episodios anteriores.
Enseguida, el caso se relaciona con la Red Odessa, organización criminal creada para dar cobertura segura a los altos cargos nazis para su huida a otros países, principalmente Argentina, los años posteriores al término de la segunda guerra mundial. Esta huida, que comenzó mientras los últimos soldados alemanes, a los que se sumaron adolescentes e incluso niños, sin ninguna esperanza y abandonados por sus mandos, morían defendiendo Berlín mientras ellos escapaban, duró varios años.
Poco se puede añadir a una serie que comenzó en 2008 con “Cuatro días de enero” y cuyas primeras páginas, magistrales, me impactaron. La fuerza de la narración es indiscutible. Con un solo capitulo, J. Sierra nos hizo un retrato exacto del protagonista.
1939, enero, la ciudad de la que todos huyen, consumida y agotada se halla en un estado de anomia total y en ruinas, al igual que la comisaría en la que ya no queda nadie. El entonces inspector de la República, a punto de abandonarla, se encuentra con una prostituta que le ruega que encuentre a su hija desaparecida. Mascarell, con su mujer en cama, muriéndose de un cáncer galopante y devastador, se hace cargo del asunto.
Enérgico, profesional y honesto no puede evitar proteger y defender a quien tiene verdadera necesidad. Su sufrimiento nos acompaña durante toda la novela.
Jordi Sierra i Fabra hizo emerger aquí un personaje que ya es único. Esas características acompañan al protagonista hasta la actualidad, 1952, si bien ya algo más abierto y sobre todo más feliz. Siente que la vida ha empezado a devolverle parte de lo que le había arrebatado. Su carácter sombrío duro y triste se ha dulcificado a lo largo de estos años gracias a su segundo matrimonio y a su hija. El autor se permite, sobre todo en la primera parte, algún punto de comicidad a cargo del dúo de detectives, como cuando circulan por Barcelona en el sidecar y en los diálogos que mantienen entre ellos.
«Algunos días de enero» es una novela más de la serie Mascarell que mantiene la intriga inicial y va aumentando la tensión hasta el final, con un estilo sobrio claro y directo. Cada novela es un reto y supone una asunción de riesgos.
“Algunos días de enero” cumple sobradamente expectativas.