Nuestra reseña va con retraso porque “El niño que robó el caballo de Atila” se publicó en 2013, pero la vitalidad de las obras de creación en España en estos últimos años obliga a rellenar espacios vacíos.
Esta edición muy cuidada de Seix Barral de Septiembre de 2017 nos invita a ello.
A estas alturas, El niño que robó el caballo de Atila se ha editado con éxito fuera de España y llamó la atención del público inglés en dos direcciones coincidentes: su impronta Beckettiana y su sentido alegórico.
Efectivamente, el relato recuerda a Samuel Beckett no solo por su singular punto de partida, sino por la ambigüedad deliberada en la que se desarrolla el argumento y por la multiplicidad de interpretaciones posibles. Es un libro que revolotea por la cabeza del lector durante y después de su lectura, sin que este pueda alcanzar a descubrir totalmente las claves del texto ni la intención secreta del autor.
Las citas introductorias, una de Bertolt Brecht y otra de Margaret Thatcher son ya un anticipo, porque disparan a blancos distintos difíciles de conjugar.
El relato parte de una situación terrible cual es la de dos niños en el interior de un pozo en forma de triangulo isósceles, del que parece imposible salir. Nada se nos dice al principio de cómo se ha llegado a ese punto.
El desarrollo de la acción se basa en la supervivencia, en la esperanza del rescate y en la decisión de resistir. El rencor, la venganza y el abandono surgen después sin hacerse visibles del todo. El desenlace todavía ahonda más en la frustración, el desaliento y la injusticia, y abre más caminos a la interpretación del lector.
Cuando a Beckett le preguntaron por el sentido de su “Esperando a Godot” respondió: “Lo que he querido decir, ahí está dicho”. No tengo noticia de que Iván Repila (Bilbao 1978) haya contestado de igual manera a preguntas semejantes, pero intuyo que no habrá sido mucho más explícito, porque si hubiera querido serlo habría aprovechado para ello el mismo texto.
No tiene sentido explicar el libro “a posteriori” y , precisamente, parte de su valor reside en su hermetismo, en sus partes indescifrables y en la apertura de senderos que inducen a que el lector construya su propia elaboración.
En cuanto al lenguaje, Repila utiliza también una singular mezcla de precisión realista y esporádicos elementos poéticos, lo que añade más caminos a la interpretación. Al lector que guste de literatura comprometida y/o lecturas con segundos significados puede tener la seguridad de que “El niño que robó el caballo de Atila” le va a resultar atractivo e inquietante. No obstante, habrá lectores que conecten con la obra y otros que no lo hagan.
Por Isidro M. Gimeno
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